El
kirchnerismo, más que dejar una herencia pesada, como creen muchos, va a
darle a su sucesor una carga muy liviana. Fue una década donde se
traspasaron muchas barreras, por lo que quien venga tendrá la libertad
de no tener más que moverse unos pasos hacia atrás para mostrar signos
de moderación y apertura.
Un
caso es el de la cadena nacional. Ningún gobierno, ni civil ni militar, la había usado con tanta frecuencia hasta 2007. Con abandonarla o emplearla cada dos
o tres meses dará una señal muy fuerte de calma, que es lo que el
electorado pide hoy. Y de forma gratuita. No necesitará ni convocar a la
oposición a una mesa de diálogo, ni mucho menos sentar en el Congreso
medidas de largo plazo para dar una imagen lejana a la confrontación.
Una gota menos de confrontación se podrá vender como un manantial de
concordia.
Algo
similar ocurrirá con las estadísticas oficiales. Argentina tiene una
deuda enorme con la transparencia de los datos públicos. Sería excelente que
el gobierno nacional, siguiendo, por ejemplo, lo que ocurre con ChileCompra,
donde cualquiera puede conocer por internet los gastos del Estado,
implemente sistemas avanzados de control ciudadano. Sin embargo, como
durante estos años retrocedimos tantos pasos tras la intervención del
INDEC, con sólo normalizarlo parecerá que el presidente es un abanderado
de la información abierta. Y ni siquiera del todo. Puede poner en orden
sólo algunas variables, como las de inflación, y mantener otras sin
reestructurar, como las de pobreza, y excusarse en que "van avanzando de
a poco", no quieren "apresurarse" y el infaltable "ya avanzamos mucho".
Pero esta verdad parcial será bien aceptada, porque muchos argentinos
confundirán una mentira mejor disimulada con la verdad.
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