viernes, 20 de marzo de 2009

Los Treinta Mil

Sócrates de Argirópolis, tras un día muy arduo, se recostó a la noche. Su cansancio era notable, y estaba tentado a dejar su labor en pro de su amada ciudad. Gobernada en ese entonces por tiranos, no pocos allegados le sugerían dedicarse a sus negocios y dejar actividades peligrosas.
Una vez acostado se durmió rápidamente. Y tuvo un sueño. Pero no vio a amigos o familiares, sino a un animal aviforme. Parecía una lechuza. Y ella le dirigió estas palabras:
- Sócrates, tu patria te necesita. ¿Darías tu vida por ella?- Le preguntó, con notable solemnidad.
- Siempre he dado mis servicios a la ciudad y mis sacrificios a los dioses. Quieren convencerme de que más vale mi vida que Argirópolis, y esta tarde casi lo logran. Pero no, no seré débil y hasta mi último respiro será para mis padres.- Dijo Sócrates, quebrando en un llanto de emoción.
- Se nota que eres un patriota. ¿Aceptas, entonces, regar los surcos argiropolitas ya no con tu sudor sino con tu sangre?- Preguntó contundente.
- Sí, acepto entregar todo por la polis.- Respondió categórico.
- Glorioso es tu solar, pues aunque hoy lo gobiernan los Treinta, por cada uno de ellos hay mil dispuestos a aceptar el martirio por su libertad.- Le dijo, con una voz clara, dulce y firme.
Sócrates despertó. Era medianoche y llamaban a su casa. Conocía de antemano el desenlace. Tras entrar con violencia, el esbirro le ofreció la libertad a cambio de dinero. Un vecino que vivía enfrente, al sentir el alboroto, cruzó y le prometió gestionar su evasión. Nada de esto aceptó, y calmo bebió la cicuta.
Los Treinta fueron derrotados, y los mártires fueron objeto de los mayores honores. Unos con sinceridad, otros por interés, proclamaron panegíricos en su memoria. Pero fueron pocos los que entendieron que Sócrates y los Treinta Mil que descansan bajo el anonimato no son simples objetos de admiración o provecho, sino vivos ejemplos para Argirópolis y toda la humanidad.

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